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Vista general de la villa y castillo-palacio de Belvís de Monroy.

 

 

APUNTES SOBRE LA HISTORIA DEL MUNICIPIO DE BELVÍS DE MONROY.

 

 

 

ÍNDICE.

 

 1. CONSIDERACIONES PREVIAS.

 

          1.1.    Nota aclaratoria.

 

          1.2.    Localización.

 

          1.3.    Climatología y entorno natural.

 

 

 

 2. TODO COMENZÓ HACE 700 AÑOS Y AUN MÁS.

 

          2.1.    Desde la prehistoria hasta la invasión de los árabes.

 

          2.2.    Siglos XII y XIII: la tierra de Plasencia y la fundación de Belvís.

 

         2.3.    Siglo XIV: los Bote y los Almaraz.

 

         2.4.    Siglo XV: los belicosos Monroy.

 

         2.5.    Siglo XVI: la "centuria dorada" de Belvís.

 

         2.6.    Siglo XVII y XVIII: entre hábitos y sotanas.

 

         2.7.    Siglo XIX. el dramático fin de una época.

 

         2.8.    Siglo XX. del abandono al progreso arrollador.

 

         2.9.    Siglo XXI. los retos del presente.

 

 

 

3. UN PASEO POR LA HISTORIA.

 

 

Historia.1. CONSIDERACIONES PREVIAS.
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  1.CONSIDERACIONES PREVIAS.

 

1.1.  Nota aclaratoria:

 

     Antes de invitaros a iniciar con nosotros este rápido recorrido por la larga historia y la abultada memoria de nuestro pueblo, conviene que conozcáis cierto aspecto que nos distingue, para evitar así posibles dudas o confusiones. Y es que Belvís de Monroy es el nombre genérico de un municipio compuesto por dos núcleos de población: la antigua villa, que fue el asentamiento original fundado por privilegio real dado a finales del siglo XIII y que siempre gozó de la titularidad del nombre de "Belvís", y su barriada extramuros, que surgió allá por el siglo XV a expensas de aquella, a unos centenares de metros al norte, bajo el toponímico de "Las Casas de Belvís". Somos, por tanto, dos grupos humanos apenas separados físicamente, aunque con carácter propio, unidos, no obstante, por un mismo paisaje, un Ayuntamiento, una historia, unas tradiciones y unos intereses comunes, pues bien es cierto que siempre ocurrió que la suerte –mejor o peor de unos fue también la suerte de los otros. No somos muchos, en total unos 670 habitantes unidos también por lazos de sangre, de respeto y de amistad. Nuestros gentilicios son Belvisos y Caseños respectivamente.

 

   Además de esta original dicotomía, conviene citar también la existencia en nuestro término municipal de dos asentamientos humanos surgidos en el último tercio del siglo XX, en gran medida al hilo del "boom" inmobiliario, como son las urbanizaciones de Las Narotas y El Pino. La primera entre Millanes y Las Casas de Belvis, y la segunda en la antigua dehesa de El Pino, entre Belvís y Saucedilla. Hasta hace poco, ambos núcleos urbanos cumplían la función de residencia temporal y de ocio para los vecinos de Navalmoral de la Mata principalmente, aunque hoy se han convertido en poblados permanentes, cuyos habitantes tratan de hacerse un hueco en la vida social y política de nuestro municipio de Belvís de Monroy, aumentando así sus singularidades.

 

 

 

1.2.  Localización:

 

     Belvís de Monroy y Las Casas de Belvís se sitúan al noreste de la provincia de Cáceres, junto a la Autovía de Extremadura (A-5), en un lugar donde la planicie de la comarca natural del Campo Arañuelo, a la que pertenecemos, comienza a arrugarse para caer al sur sobre las aguas del Tajo, embalsadas en estas latitudes por la presa del pantano de Valdecañas. Apenas 12 km. nos separan de Navalmoral de la Mata, que es la cabeza de nuestra comarca y partido judicial, 63 de Plasencia, sede de nuestro obispado, 107 de la ciudad de Cáceres, capital de nuestra provincia, 149 de Mérida, capital de nuestra comunidad autónoma –Extremadura–, 196 de Madrid y 394 metros de altitud con respecto al nivel del mar.

 

     Nos corresponden 45 km2. del total de la región, término municipal que limita al noreste con el de Millanes de la Mata, al este con el de Valdehúncar, al sur con el río Tajo, al oeste con el de Almaraz y al norte con el de Saucedilla.

 

     Para llegar hasta aquí, si vienes desde Madrid puedes hacerlo por la A-5 dirección Badajoz, y al llegar a la altura de Navalmoral de la Mata desviarte por la CC-V-80 pasando por Millanes; mientras que si vienes desde Cáceres o Badajoz puedes entrar por el acceso que se abre a la derecha de la A-5 pasado Almaraz, siguiendo el camino que marca la visión cautivadora de nuestro espectacular castillo –lástima que a esa altura de la autovía no exista una entrada directa bajando desde Madrid por tan importante vía de comunicación–. También puedes entrar desde Valdecañas, por el antiguo camino de "Dehesa Vieja", hoy convertido en carretera, acceso éste que no te dejará indiferente, dado el soberbio horizonte que lo flanquea.

 

1.3.  Climatología y entorno natural:

 

     Disfrutamos de inviernos suaves, característicos del clima mediterráneo continental, como los veranos, que son secos y calurosos, de manera que la temperatura media anual es de unos 17 grados. En invierno suele helar, y a veces las nieblas son persistentes, lo que, sin duda, confiere a nuestro extraordinario paisaje un encantador misterio; si tenéis suerte, tal vez podáis llevaros en vuestras cámaras de fotos o en vuestras retinas la imagen del Castillo de los Monroy "flotando" sobre la bruma, como una imagen de ensueño. Aquí raramente llueve demasiado, unos 700 mm al año repartidos de manera desigual, pero si lo hace en su tiempo y de manera suficiente como para que corran los arroyos, no hallareis otoño ni primavera más hermosos.

 

     El territorio que nos circunda es llano y bajo por la parte que limita con Almaraz y Saucedilla, justo a los pies del soberbio berrocal que sustenta nuestro viejo castillo; elevado y ondulado por la parte de Millanes y de Valdehúncar, volviéndose tremendamente fragoso y accidentado, y por ello espectacular, en su límite con el Tajo. Se trata pues de una zona de tránsito entre la depresión Tajo-Tiétar y el antiguo macizo de Las Villuercas, en cuyo borde más elevado, dominando la llanura, situaron nuestros antepasados sus hogares.

 

     Por el este y el sur predomina la dehesa, salpicada de afloramientos graníticos –canchos y berrocales–, distribuida tanto en grades espacios (dehesa boyal, La Jarilla, Dehesa Vieja, El Bote, El Sierro) como en prados pequeños y medianos alrededor de nuestras poblaciones; terreno de secano en el que abundan las encinas, algunos alcornoques, monte bajo y matorral. Con sus buenos pastos y el fruto de la bellota se crían ovejas y sobre todo vacas, que han desplazado a los rebaños de cerdos y cabras abundantes antaño. Por la parte del llano que se abre hacia Saucedilla y Almaraz se extiende el terreno afectado por el Plan de Regadíos de Valdecañas, en el que se eliminó el arbolado, y hoy aparece sembrado en su mayoría de praderas artificiales y plantas forrajeras; mientras que por la parte del norte (dehesa de El Pino y Viñas de Montecillo) aparecen huertos, viñedos y olivares explotados desde hace siglos, regados en su caso y de manera tradicional con agua de pozo. Últimamente ha aparecido en nuestro horizonte algunos "cultivos" de placas solares, lo que ha desnaturalizado considerablemente el bello escenario que podía contemplarse desde la torre del homenaje de nuestro castillo, verdadera atalaya del Campo Arañuelo.

 

     La fauna salvaje es variada y relativamente abundante, representada por la mayoría de las especies cinegéticas, rapaces, depredadores, reptiles, insectos y aves en general que se encuentran en el cercano Parque Nacional de Monfragüe. El río Tajo, tan abundante antaño en vegetación, fauna de ribera y peces diversos, ya no corre libremente, pues desaparecieron sus orillas naturales al ser embalsado en 1964, y por sus aguas sólo nadan ahora carpas y barbos. Se perdió por tanto aquella íntima relación con el río, de manera que las viejas aceñas molineras quedaron anegadas, y los antaño transitados caminos que llevaban a las barcas de Valdecañas y Mesas de Ibor apenas se dibujan ya.

 

     En fin, que el progreso nos da, pero también nos quita.

 

     Aunque la agricultura y la ganadería siguen siendo importantes para nuestras economías locales, algunos vivimos también gracias a la industria y al sector servicios, principalmente en las cercanas Almaraz y Navalmoral de la Mata.

 

Historia.TODO COMENZÓ HACE 700 AÑOS Y AUN MÁS.
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2. TODO COMENZÓ HACE 700 AÑOS Y AUN MÁS:

 

 

     Hasta que los mordaces avances tecnológicos del siglo XX hicieron su entrada en la escena, las particularidades geográficas de este territorio y sus agentes naturales siempre orientaron la vida de los que por aquí pasaron; así ocurrió desde los tiempos más remotos, ya fuese para bien o para mal. La nuestra ha sido, por tanto, una historia de lucha constante contra una tierra dura y exigente que apenas dio nada sin esfuerzo, pero a la que amamos y respetamos, porque su sabia y su belleza van impresas en nuestra memoria atávica; herencia que tenemos el privilegio de disfrutar y la obligación de salvaguardar en todos los sentidos.

 

2.1. Desde la prehistoria hasta la invasión de los árabes:

 

     Dado que no se han realizado excavaciones arqueológicas en los lugares que hoy ocupan exactamente Belvís y Las Casas, no podemos asegurar la existencia aquí de asentamientos humanos anteriores a 1290, fecha en la que comienza verdaderamente nuestra historia. Sin embargo, a lo largo de los riberos del Tajo y sus proximidades existen multitud de indicios que acreditan una significativa presencia y actividad humana en periodos prehistóricos y protohistóricos (cerámicas, pinturas rupestres, instrumentos líticos y metálicos, restos de asentamientos y poblados, etc.). Y más claras aún las huellas que dejaron los romanos en el valle del Campo Arañuelo y en las cercanías de nuestras poblaciones, invasores que se interrelacionaron de manera más o menos violenta con las gentes de origen céltico que por aquí se hallaban, los vettones, de cuyo contacto nació la importante ciudad mestiza de Augustóbriga (Talavera la Vieja), aguas arriba del término de Belvís. Todas estas circunstancias nos permiten asegurar que nuestra zona está habitada con mayor o menor intensidad desde tiempos remotos. De todo ello pueden apreciarse interesantes ejemplos en el Museo Arqueológico de la Fundación Concha de Navalmoral de la Mata[1].

 

     La presencia romana en nuestro territorio estuvo vinculada a la importante vía de comunicación que unía Emérita Augusta (Mérida), capital lusitana del imperio romano, con Caesaraugusta (Zaragoza); vía que atravesaba el Campo Arañuelo –más o menos por donde hoy pasa la A-5 (Autovía de Extremadura)–cruzando el Tajo por el vado de Albalat al suroeste de la comarca (puente de Almaraz) y saliendo por el noreste aguas arriba de Augustóbriga (Talavera la Vieja), por el puente de piedra que quedó bajo las aguas del pantano de Valdecañas. Esta calzada, que se bifurcaba también hacia Aevura (Talavera de la Reina) y el Puerto de El Pico, pasaba por la dehesa de EMosaico del Olivar del Centenol Pino, del término de Belvís, y por Las Viñas de Montecillo, también del mismo término en gran parte, lugares muy adecuados para el cultivo de cereales, olivos, viñas y frutales, donde han aparecido no pocos restos de esta época, como algún miliario, molinos, monedas y cimentaciones de edificios de diverso uso y viviendas. Ejemplo de un importante asentamiento es la "villae" de El Olivar del Centeno (S. II de C.), que, aunque está situada en término de Millanes –justo en el límite con el de Belvís–, es bien representativa de lo que supuso la cultura agropecuaria romana en esta zona, en la que todavía queda mucho por excavar; en ella se encontraron bellos mosaicos con imágenes figurativas y decoraciones geométricas, de manera que los más interesantes fueron extraídos para ser restaurados, expuestos hoy en el museos arqueológico de Cáceres (el resto de la excavación quedó a su suerte). También en otros lugares del término de Belvís-Las Casas, como la dehesa de La Jarilla, punta del Arroyo Mata, El Apeadero, Los Molinillos, Arroyo de la Machacona, Olivar del Bote, Fuente del Toro[2], etc., han aparecido interesantes hallazgos de todo tipo, aunque el más significativo se encuentra empotrado en la fachada de la "Casa de La Morcona", junto a la iglesia parroquial de Las Casas de Belvís. Se trata de un cipo o estela funeraria labrada en granito de la zona de unos 80 x 40 cm, en la que aparecen tallados en bajorrelieve y de manera muy tosca dos bustos que encabezan la siguiente inscripción:

 

 

 

Estela funeraria romana

 

 

 

                                                                 LUPUS VEGETI

 

                                                               AN.XII.H.S.E.T.T.L

 

                                                                    TONGETA.

 

                                                                      TANCINI.

 

                                                                       FIL.F.C.

 

(Traducción: "LUPO, SIERVO DE VEGECIO, EDAD DE DOCE AÑOS AQUÍ YACE. SÉATE LA TIERRA LIGERA. TONGETA, HIJO DE TANCINO, ERIGIÓ ESTE MONUMENTO").

 

 

 

La caída del imperio Roma bajo el poder de las tribus bárbaras supuso el colapso de sus estructuras en todo el imperio, es decir, que el caos y el miedo se apoderaron de la vida y costumbres de los hispano-romanos. A partir de entonces, nuestra comarca, que nunca había contado con una población numerosa, quedó casi desierta, pues los importantes caminos que en ella confluían, y que habían posibilitado la civilización y el progreso "a la romana", se convertirían ahora en puerta franca para las hordas de ladrones y salteadores venidos del norte que arrasaban periódicamente el territorio, obligando a las gentes de paz a abandonar los llanos para refugiarse en el monte. Apenas existen indicios aquí que nos hablen de esta época "oscura", en la que los suevos, vándalos y alanos primero y luego los visigodos dominaron Hispania.

 

 

 

    En lo que se refiere a los árabes, llegaron a la península en el año 711 procedentes del Magreb, y dos años después ocuparon Mérida, asegurándose el acceso hacia el norte por la vía caesaraugustana. Nuestra comarca es rápidamente conquistada, puesto que al estar escasamente poblada, no ofrece resistencia ni se opone al invasor. Para afianzarse en la Península los árabes aprovecharon las infraestructuras hispano-romanas en lo que a las comunicaciones se refiere, y antes de acabar el milenio ya se habían apoderado de gran parte de la Península Ibérica, no sin oposición. Pero a estos nuevos invasores les interesan más las grandes poblaciones que las zonas rurales, así como las tierras costeras y los

 

fortaleza de Albalatvalles fértiles de los ríos. En nuestra comarca los suelos son pobres, más propios para la ganadería extensiva que para la agricultura, actividad de mayor arraigo en la tradición del pueblo árabe, que no llegó a interesarse por ella. Además, existía aquí un endémico enemigo invisible que enfermaba a los humanos y diezmaba sus poblaciones, como era el mosquito anófeles, causante del paludismo, que no se pudo erradicar hasta bien entrado el siglo XX. Por todo ello, los árabes utilizaron la nuestra principalmente como tierra de paso y zona de frontera, en la que las abruptas márgenes del Tajo les servirían como base de operaciones para lanzar hacia el norte sus expediciones militares o de saqueo (razzias), o como defensa natural para hacerse fuertes contra el contraataque de los hispanos. A lo largo de su orilla izquierda levantaron numerosos asentamientos bien fortificados, como los de Vascos (Navalmoralejo), Castros (Villar del Pedroso), El Marco (Carrascalejo), El Espejel y el Castillejo (Valdelacasa), Alija (Peraleda de San Román), Peñaflor (Berrocalejo), Castillo de Miravete, Castillo de Monfragüe, y sobre todo, para lo que nos interesa, la madina de Mahâdat al-Balat (Romangordo). Este enclave estaba

 

 

 

situado junto al vado de Albalat, muy cerca de la entrada izquierda del famoso puente de Almaraz construido en el siglo XVI; su nombre puede traducirse como "el vado junto al camino", y llegó a adquirir cierta relevancia por su situación en la importante vía de Mérida a Toledo, alcanzando la categoría de iqlim, es decir: cabeza de una demarcación dentro de una kora o provincia. En 1142 fue conquistada y destruida por los abulenses, y sus ruinas aún pueden verse junto al lugar conocido como Playa de Extremadura. Hoy se están sacando a la luz sus cimientos, y ya está en marcha el protocolo para solicitar la declaración del yacimiento como Bien de Interés Cultural. La cercanía de este importante enclave militar hace verosímil la hipótesis de que nuestro castillo, de origen bajomedieval, fuese levantado sobre los cimientos de una fortaleza o atalaya árabe –e incluso más antigua–, teniendo en cuenta las características geoestratégicas de su eminente posición.

 

 

 

 

[1] GONZÁLEZ CORDERO, A. y QUIJADA GONZÁLEZ, D.: Los orígenes del Campo Arañuelo y la Jara cacereña, y su integración en la prehistoria regional. Ed. Ayuntamiento de Navalmoral de la Mata, 1991.

 

[2] Próxima a "El Pino" se encuentra la "Fuente del Toro", llamada así porque, según cuenta la leyenda, los antiguos romanos que habitaban en esta zona, ante el temor de los ataques enemigos, guardaron todo su oro en un cofre y lo envolvieron en una piel de toro, para esconderlo luego en el interior de dicha fuente.

 

 

 

2.2. Siglos XII y XIII: la tierra de Plasencia y la fundación de Belvís:

 

 

 Escudo de Plasencia

 

                         La determinación de los reinos hispanos para recuperar sus antiguos territorios, controlados ahora por los árabes, significó un largo periodo de guerras y enfrentamientos que en las regiones del centro peninsular se alargó hasta principios del siglo XIII. El Campo Arañuelo se había convertido en "tierra de nadie", paso obligado de tropas que, ya fuese bajo el estandarte de la cruz (castellanos y leoneses) o de la media luna, ahora en avance, ahora en retroceso, hacían imposible el desarrollo mínimamente próspero de ninguna comunidad. En el año 1186 Alfonso VIII de Castilla llegó hasta el valle del Ambroz, empujando a los moros hacia el sur; allí, junto al río Jerte, fundó la ciudad de Plasencia, que fue retomada por los almohades tras la batalla de Alarcos (1195), y poco después reconquistada definitivamente por el mismo rey.

 

   En 1189 Alfonso VIII había firmado la carta fundacional de la ciudad, en la que le otorgaba unos privilegios y libertades extraordinarios; con ello pretendía facilitar la repoblación del vastísimo alfoz o término jurisdiccional que le concedió a costa del de Ávila, mayor que el de ninguna ciudad hispana. Seguidamente el papa Clemente III dio a Plasencia privilegio para ser Sede Episcopal (1191), lo que, sin duda, supuso el empuje definitivo para que la ciudad se convirtiera en una de las más importantes de Castilla –al menos por algunas centurias–, cumpliéndose así el deseo de su fundador.

 

      Tan extenso territorio, que iba dese el Tormes hasta el Guadiana y desde Las Villuercas hasta la Sierra de San Pedro, estaba dividido en demarcaciones, siendo una de ellas la de el sexmo del Campo Arañuelo,   que incluía la dehesa y cabeza de Belvís, es decir: la tierra en la que se encontraba el cerro u otero de "Bella Vista"[1].

 

 

 

      La expulsión de los moros más allá del Guadiana y la consolidación de Plasencia no garantizaron la tranquilidad de su enorme alfoz, asolado y casi despoblado, pues, aunque la ciudad fue fundada como un enclave político y militar para que sirviese de plataforma a la corona de Castilla en la conquista de nuevas tierras, las órdenes militares pugnaban por apoderasen de parte de sus territorios, en los que además se instalaron bandas organizadas de salteadores y cuatreros que dificultaban su necesaria y urgente repoblación, impidiendo igualmente que los ganados y los ganaderos trashumantes prosperasen. La más famosa, por terrorífica, fue la de los "golfines", bandidos de origen francés cuyas fechorías inquietaron el territorio placentino durante casi tres siglos, llegando a alcanzar tanto poder e influencia que incluso ennoblecieron su apellido[2].

 

      En teoría, el fuero de Plasencia garantizaba la unidad de su territorio, administrado y organizado por su Real Concejo, de manera que ninguna parte de él podía enajenarse para pasar a manos de particulares. Pero las debilidades de los monarcas que sucedieron a Alfonso VIII, sus luchas dinásticas y la ambición de propios y extraños impidieron que se cumpliera tal privilegio, de modo que, ya fuese por carta real dada a parientes y deudos por acciones de guerra o embajada, ya por ventas ilegales, ya por usurpaciones, enseguida la tierra de Plasencia comenzó a desmembrarse. El primer mordisco se lo dio Fernando III el Santo (1217-1252), quien en 1225 donó el lugar de Almaraz a su prima Beatriz Alfonso para que lo poblase con 100 vasallos. Luego, Sancho IV "el Bravo" (1284-1295), unió al señorío de Almaraz el de Deleitosa, que fue dado a Alfonso Durán, alcalde de Plasencia (1265); y a Hernán Pérez de Plasencia, hombre de su confianza y personero de la ciudad (procurador en Cortes), "… por servicio que nos fizo e face…", entregó "la cabeza de Belvís", con sus términos y dehesas, con privilegio para que la poblase con 30 vasallos y alzase en ella casa-fuerte para defenderse de los "golfines", privilegio dado en Toledo el día 10 de enero de 1290. Una de aquellas dehesas era la de El Bote, junto a la cabeza de Belvís, de la que Hernán Pérez tomó el apellido, dehesa que conserva hoy el mismo nombre.

 

    Así pues, como donación y heredad ilegal a costa del alfoz de la ciudad de Plasencia, lo mismo que lo fueron los demás señoríos de su tierra (Deleitosa, Jaraicejo, Oropesa, Monroy, Serrejón, Béjar, Valverde, etc.), comenzó la verdadera y apasionante historia de nuestro pueblo, cuna de hombres y mujeres de leyenda y cabeza de un extenso señorío particular cuya posesión pasaría de sucesor en sucesor hasta bien entrado el siglo XIX.

 

 

 

 

[1] Se entiende por cabeza o cabezo un lugar elevado sobre un llano.

 

[2] Establecieron su residencia en Cáceres, ciudad en la que se conservan sus dos palacios, el de los Golfines de Abajo y el de los Golfines de Arriba.

 

 

 

2.3. Siglo XIV: los Bote y los Almaraz.

 

 

 

Escudo de los Almaraz

 

 

 

     Hasta 1394 el lugar de Belvís permaneció en poder de la estirpe placentina de los Bote, pues a Hernán Pérez, I Señor de Belvís, le sucedió su hijo Alonso Fernández, quien fundó el mayorazgo de Belvís, Fresnedoso, Mesas de Ibor y La Peraleda por testamento dado el 26 de agosto de 1329, confirmando así el privilegio que le había concedido el rey Alfonso XI el 21 de noviembre de 1323, que no sólo ampliaba los términos originales, sino que además otorgaba al titular poder para cobrar impuestos e impartir justicia civil y criminal sobre cuantos allí morasen, al margen de la ciudad de Plasencia. Tal privilegio puede considerarse como la concesión del título de villa a la aldea de Belvís, a falta de otros documentos posteriores que así lo declaren.

 

      El III Señor de Belvís fue Esteban Fernández del Bote, hijo de Alonso, quien, obtuvo del rey Enrique II la confirmación de aquellos mayorazgos el 14 de noviembre de 1369. Al no tener hijos dentro del matrimonio, legó sus títulos y posesiones a su sobrino nieto y III Señor de Almaraz y Deleitosa Diego Gómez, por testamento dado el 24 de marzo de 1394, quien se convirtió a partir de entonces en IV de Belvís, aldea que pasó a ocupar la cabeza del señorío.

 

     Los Almaraz, estirpe guerrera que venía participando activamente en la reconquista de Andalucía al lado de los respectivos reyes castellanos, eran además una de las familias más importantes e influyentes en la joven y próspera ciudad de Plasencia, junto con los Bote y los Monroy, en constante litigio con este último linaje, pues ambos se vieron envueltos en la guerra por la sucesión del trono entre Pedro I "el cruel", o "el justiciero", y su hermano Enrique Trastámara (Enrique II), militando respectivamente en cada uno de los bando; enemistad de la que fue testigo Plasencia, donde las dos familias tenían su casa-palacio frente por frente. A tal punto llegó el enfrentamiento que, en aquel contexto de guerra civil, Hernán Pérez de Monroy, III del lugar de Valverde y II de la aldea de su apellido, mató a Blasco Gómez en defensa propia cuando éste trataba de ganar la fortaleza de Valverde, muerte que fue vengada más tarde por Diego Gómez, hijo de Blasco, quien tendió una emboscada cerca del Tiétar al ya muy anciano Monroy cuando regresaba a su casa tras el asesinato en Montiel de su señor Pedro I (marzo de 1369). Para airear el éxito de su venganza, Diego Gómez cortó la cabeza al cadáver de Hernán Pérez y la llevó a su castillo de Belvís clavada en una pica.

 

 

      Parecía que las rivalidades entre ambas familias eran irreconciliables, y, sin embargo, aquel odio terminó en la unión de las dos estirpes por medio de un matrimonio, el que contrajeron la hija y heredera del vengador Diego Gómez, Isabel de Almaraz, con Hernán Rodríguez de Monroy y de las Varillas, nieto del asesinado Hernán Pérez, ceremonia que debió de realizarse antes de 1404. De esta manera tan sorprendente entraron los Monroy en el escenario de la historia de Belvís, linaje que gobernaría el señorío en primera persona a lo largo de dos siglos, aunque conviene apuntar que Isabel de Almaraz (V Señora de Belvís) y Hernán Rodríguez de Monroy eran primos, puesto que la madre de Isabel, Aldonza Fernández de Monroy, descendía por línea directa del primer Hernán Pérez de Monroy, al que llamaban "el viejo", y de su esposa, doña Estevanía Rodríguez.

 

 

 

   2.4. Siglo XV: los belicosos Monroy.

 

    

 

Escudo de los Monroy, sobre la primitiva entrada  del castillo de Belvís.                                  Primera mitad del siglo XV. (Foto, J. Timón)

 

 Además de la pacificación entre Almaraces y Monroyes, aquel matrimonio significó la multiplicación de las tierras y posesiones del mayorazgo de Belvís, unidas ya las de Almaraz y Deleitosa, pues a ellas se añadieron las que llevó Hernán Rodríguez heredadas de su tía Estefanía, V señora de Valverde y IV de Monroy, hija del asesinado Hernán Pérez. Esta dama no tuvo descendencia, ni con su primer marido, García Álvarez de Toledo, I Conde de Oropesa, de quien enviudó, ni con el segundo, el poderoso García González de Herrera, Mariscal de Castilla, Señor de Arrollo del Puerco y de Serrejón, entre otros muchos títulos y posesiones. Así, de tan oportuno casamiento resultaron unidos en un solo mayorazgo, Belvís con su campana (Valdehúncar, Valdecañas, Los Campillos y Las Casas de Belvís), Almaraz, Deleitosa, Peraleda, Fresnedoso, parte del Campo Arañuelo, Monroy, Descargamaría, Robledillo, Puñonrostro, Las Quebradas y lugares del Valle de Arrago en la sierra de Gata, pues Valverde y Talaván habían quedado ya separados de este mayorazgo.

 

     Pero la paz y la armonía duraron poco en la casa de Belvís, pues enseguida los descendientes de Isabel de Almaraz iniciarían nuevas disputas a causa de tan fabuloso patrimonio.

 

     Hernán Rodríguez de Monroy e Isabel de Almaraz tuvieron cinco hijos y siete hijas[1] –una de ellas la famosa doña María de Monroy "la brava"–; de manera que correspondió el mayorazgo al primogénito, Diego de Monroy y Almaraz. Pero este caballero murió joven, emboscado por los moros en tierras de Cádiz a principios de 1435, cuando acompañaba a las huestes del legendario Maestre de la Orden de Alcántara don Gutiérre de Sotomayor, Capitán General de la frontera de Écija. Pasó entonces el señorío a su hermano Álvaro, que se consagró a la Iglesia, por lo que cedió Belvís, Almaraz y Deleitosa a su hermano Alonso (VI Señor de Belvís), y Monroy y Las Quebradas a su hermano Rodrigo, en compromiso fechado en 1438; partición de la que surgieron diferencia entre ambos beneficiarios, que alegaban especiales derechos sobre cada uno de los respectivos mayorazgos. Comenzó entonces uno de los episodios más tristes y dramáticos, pero también más apasionantes, de la historia de Belvís, e incluso de Extremadura y Castilla, pues aquellas diferencias surgidas entre los vástagos de Isabel de Almaraz se transformaron en odio y rencor entre varios de sus nietos, los herederos y representantes de cada una de las dos ramas citadas, quienes no dudaron en litigar por la fuerza de las armas. Conflicto doméstico que se alargó por más de cincuenta años, y que trascendió los límites de los Estados de Belvís y de Monroy, dado el prestigio e influencia de los contendientes, pues en él se mezclaron asuntos de mayor trascendencia, como fueron la pugna por el maestrazgo de la Orden de Alcántara tras la muerte de su titular don Gutiérre de Sotomayor en 1453, y las luchas dinásticas entre Enrique IV y el infante Alfonso, y luego entre la reina Isabel y su sobrina Juana "la Beltraneja". Tiempo de intrigas y de guerras que impidieron el sosiego y la prosperidad a lo largo y ancho de toda la tierra extremeña.

 

      Alonso de Monroy y Almaraz, el heredero del mayorazgo de Belvís, casó con Juana de Sotomayor, hermana del citado Maestre de Alcántara, con la que tuvo cuatro hijos, dos varones y dos hembras: Hernando, Alonso, María e Isabel. Falleció joven, en 1441, y el señorío pasó a su primogénito, Hernando de Monroy y Sotomayor, al que llamaron "el gigante" (VII Señor de Belvís) debido a su imponente físico y grandes fuerzas que, junto con su valor, supo aprovechar en la batalla. Este caballero fue el que mantuvo enconada lucha contra su tío Rodrigo, el señor de Monroy, y sobre todo contra su primo hermano y heredero de aquel mayorazgo don Hernando de Monroy y Orellana, llamado "el bezudo", por haber heredado de su abuelo Hernán Rodríguez la prominencia de sus labios. Destacó "el bezudo" por su arrojo y dotes de gran militar en multitud de enfrentamientos contra moros, portugueses y otros caballeros castellanos además de sus primos; de su linaje desciende uno de los grandes de nuestra historia universal, Hernán Cortés Monroy, conquistador de México, su nieto.

 

     Un tercero en discordia fue el "segundón" de la Casa de Belvís Alonso de Monroy y Sotomayor, el famoso "Clavero" de la Orden de Caballería de Alcántara, nombrado Maestre por disposición de su tío don Gutierre –su tutor y maestro de armas desde que contaba 13 años– y luego confirmado por elección de los caballeros de la orden el 28 de mayo de 1473. Guerrero de leyenda admirado y respetado por amigos y enemigos, luchó en numerosas ocasiones junto a su hermano "el gigante" contra su primo "el bezudo" por los supuestos derechos de su familia, algunos de cuyos enfrentamientos se desarrollaron a los pies de la fortaleza de Belvís. Sin embargo, la inestabilidad política del momento y los complejos intereses particulares de unos y de otros favorecieron la circunstancia de que los tres primos combatiesen codo con codo en determinados episodios, a pesar de sus públicas y notorias diferencias, como ocurrió en el sitio de Alcántara en febrero de 1470 (batalla del Cerro de las Vigas), cuando los Monroy ganaron aquella ciudadela a don Gómez de Cáceres y Solís, a quien el rey Enrique IV había nombrado Maestre de Alcántara vulnerando los derechos de don Alonso; o también en la conquista para los Reyes Católicos de la plaza portuguesa de Alegrete en junio de 1476, suceso en el que "el Clavero" y "el bezudo" combatieron del mismo lado, y tras el cual éste último fue nombrado por los monarcas Capitán de las Hermandades de Extremadura. Incluso hubo ocasiones en las que "el Clavero" luchó contra su propio hermano, que se puso del lado de "la Beltraneja" y, por tanto, también de los ambiciosos duques de Plasencia, don Álvaro de Zúñiga y doña Leonor Pimentel, quienes pretendieron para su hijo Juan el maestrazgo alcantarino, lo que consiguieron en 1473.

 

     Siempre estuvo don Alonso de Monroy del lado de la causa de Isabel y Fernando, aunque a la postre los reyes no supieron o no quisieron agradecérselo, pues le negaron la titularidad de tan disputado maestrazgo que le habían reconocido en Valladolid en enero de 1476, y al que tuvo que renunciar en 1479 en favor de don Juan de Zúñiga. "El Clavero" murió en su castillo de Azagala en junio de 1511, aunque su cuerpo fue enterrado en la iglesia de Santa María de Almocóbar de la villa de Alcántara.

 

  Armas de los Monroy-Herrera, segunda mitad del siglo XV.  Obsérvese cómo la distribución de veros y castillos en este escudo  de los Monroy es inversa al de la imagen anterior.  (Foto, J. Timón) Don Hernando de Monroy, "el gigante", casó con Catalina Herrera Henríquez, como certifican varios escudos de armar que se conservan todavía empotrados en los muros del catillo de Belvís, ya que fue este caballero en que se ocupó de elevarlo y fortalecerlo, convirtiéndolo en un baluarte prácticamente inexpugnable, dotándolo así de una sobriedad y solidez tal que aún hoy asombran, a pesar del deterioro y de la ruina que se ciernen sobre sus sillares.

 

     De dicho matrimonio nacieron tres hijos, Alonso, Gutiérre e Inés, recayendo los respectivos mayorazgos en el primogénito, que casó con doña Beatriz de Zúñiga y Niño de Portugal, padres a su vez de Francisco de Monroy.

 

     Aunque en 1470 Enrique IV había confirmado a don Hernando el privilegio de fundar mayorazgo para sus descendientes de Belvís, Almaraz y Deleitosa, diez años más tarde los Reyes Católicos ordenan que le sean devueltas a la ciudad de Plasencia las tierras de su alfoz concedidas en el pasado a particulares, circunstancia que puso en peligro la continuación del Señorío de Belvís. Pero "el gigante" presentó las oportunas alegaciones, de manera que en 1483 le fueron reconocidos y ratificados los derechos que defendía.

 

     A lo largo de este siglo –y tal vez ya desde el anterior– fueron poblándose los lugares de Valdecañas, Valdehúncar, Los Campillos y Las Casas de Belvís, bajo la jurisdicción y administración del Señorío, que a finales del mismo ya se encontraban afianzados como núcleos estables. Es probable que tales poblados surgieran como alquerías vinculadas a la ganadería extensiva en general (caprino y porcino principalmente) y a la Mesta en Particular (ovino y vacuno), promocionados por los respectivos titulares del señorío a partir de colonos propios o extraños, pues era a dichos señores a quienes interesaba particularmente la creación de nuevos asentamientos en su extenso territorio, primero porque más vasallos significaban mayor recaudación de impuestos a su favor, segundo porque un espacio habitado representaba mayor explotación de sus recursos y mayor seguridad frente al bandidaje, y tercero porque el ejército del Señor se nutría de sus propios súbditos, de manera que en caso de guerra más vecinos significaba mayor disponibilidad de soldados.

 

 

 

2.5. Siglo XVI: la "centuria dorada" de Belvís.

 

     La consolidación de los Reyes Católicos en el poder, el fin de la reconquista y el descubrimiento de América favorecieron el comienzo de una nueva era, que coincidió con el fin de siglo y con la muerte en 1495 de don Hernando de Monroy Sotomayor. Acabaron las banderías entre los señores de la guerra que tanto daño hicieron a Extremadura a lo largo del siglo XV, región que por fin pudo conocer la paz. Pero, justo cuando comenzaban a darse las condiciones óptimas para su repoblación y desarrollo se inició su despoblación, pues miles de extremeños se embarcaron hacia las Indias atraídos por la promesa de un futuro mejor, viajando con todos ellos la grandeza de los bravos, y con no pocos la ambición de los desposeídos.

 

   Escudo de los Monroy 3No pudo heredar sus mayorazgos don Alonso de Monroy y Herrera, ya que premurió a su padre en la guerra de Granada en 1490, de modo que tales propiedades y títulos recayeron en su hijo Francisco de Monroy y Zúñiga, quien se convertiría en VIII Señor de Belvís. Casó en primeras nupcias con doña Francisca Enríquez, hija de los condes de Alba de Liste, Señores de Garrobillas, dama muy piadosa por cuya influencia, tal vez, don Francisco mandó construir a sus expensas y extramuros de su villa de Belvís el convento de San Francisco del Berrocal, fundado oficialmente el 5 de diciembre de 1509, para que lo habitasen religiosos franciscanos descalzos de la que luego sería Seráfica Provincia de San Gabriel. Esta humilde institución fue, sin duda, la mayor aportación del señorío de Belvís a la HISTORIA, dada su proyección universal, pues desde ella partió en 1523 la primera expedición misionera encargada de la evangelización de los nativos americanos, un grupo de frailes conocidos luego como Los Doce Apóstoles de México, de los que más tarde hablaremos. Muchos belvisos y caseños, clérigos o seglares, habrían luego de seguir la estela de aquellos "soldados del Santo Evangelio", con el objetivo de encontrar una vida mejor al otro lado del Atlántico.

 

     También en vida de don Francisco de Monroy, a quien el César Carlos nombró I Conde de Deleitosa en 1529, tuvo lugar la construcción del puente de Albalat –mal llamado de Almaraz– obra que daba continuidad a la carretera de Madrid y a la Cañada leonesa Occidental, de manera que cambió considerablemente las condiciones de vida de todos los habitantes del Campo Arañuelo, y que contribuyó decisivamente a su desarrollo; enclave que se haría tristemente famoso a lo largo de la Guerra de la Independencia.

 

      Tras enviudar de su primera esposa, don Francisco casó aún dos veces, primero con doña Sancha de Ayala, de la Casa de los Señores de Cebolla y Villalba, y luego con doña Magdalena Manrique, hija del III Señor de Paredes de Nava. Solo tuvo hijos legítimos con su segunda esposa, de la que nacieron Beatriz y Ana.

 

      Don Francisco de Monroy murió el 31 de noviembre de 1543, luego de haber testado a favor de su hija Beatriz, y fue enterrado junto a sus dos primeras esposas en el convento de San Francisco del Berrocal por él fundado.

   

 

    Desde Isabel de Almaraz siempre había dado la casa de Belvís grandes mujeres, pero ninguna tan importante para los intereses de la villa como doña Beatriz de Monroy y Ayala, IX Señora de Belvís y II Condesa de Deleitosa, que heredó también el mayorazgo del señorío de Cebolla y sus agregados de Mejorada, Cervera y Segurilla de su tío Juan de Ayala. En 1535, muy joven y aún en vida de su padre, caso con su primo en cuarto grado don Francisco Fernando Álvarez de Toledo, el III Conde de Oropesa, de manera que con ese matrimonio el señorío de Belvís alcanzaba su mayor encumbramiento, aunque también sería el principio de su declive, al quedar definitivamente incluido en la casa oropesana. Al parecer, para que aquella unión llegase a buen término intervino el mismísimo fray Pedro –luego san Pedro– de Alcántara, muy vinculado tanto a la casa de Belvís como a la de Oropesa.

 

      Hasta entonces, los señores titulares de la villa habían administrado su patrimonio desde su residenEscudo de los Álvarez de Toledocia en la fortaleza de Belvís, pero doña Beatriz hubo de trasladarse con su marido al castillo-palacio de Oropesa, aunque no por ello se olvidó de su pueblo natal ni de sus vasallos, de los que se contaban por aquellas fechas 160 en la villa de Belvís (unos 600 habitantes); 20 en su barrio de Las Casas (unos 80 habitantes); 100 en el lugar de Valdehúncar, 30 en el lugar del Campillo de Belvís; 50 en el lugar de Valdecañas, 120 en el lugar de Mesas de Ibor y 200 en la villa de Almaraz. Bien al contrario promovió la construcción del magnífico palacio que se adosó a la vieja fortaleza –tal vez ya iniciada por su padre–, que quiso habilitar como segunda residencia, con su espléndido patio renacentista de doble arcada y sus amplias y bellas estancias abiertas al Campo Arañuelo, del que hoy, desgraciadamente, apenas quedan los muros exteriores y pequeños indicios de su gallardía; restos que merecen y necesitan de una urgentísima intervención, para que puedan permanecer en pie por mucho tiempo y seguir así dando testimonio palpable de los que fuimos.

 

      Para dar idea de la importancia de esta unión entre la casa de Oropesa y Belvís baste decir que don Fernando Álvarez de Toledo, esposo de doña Beatriz, fue Estoque Real del Emperador Carlos V, es decir, su hombre de confianza, hasta el punto de que el César, "en cuyo imperio no se ponía el sol", aceptó la invitación del Conde a pasar la última etapa de su vida en el convento de San Jerónimo de Yuste, institución que estaba bajo el patronazgo del condado de Oropesa, poseedor también (de manera ilegal) de la villa de Jarandilla y su fortaleza. En el monasterio de Yuste murió Carlos I de España y V de Alemania el 21 de septiembre de 1558.

 

      Por otro lado, don Fernando fue hermano de don Francisco Álvarez de Toledo, Virrey del Perú. 

 

   Además de promover las obras en su casa de Belvís, quiso "la Señora" dotar a su pueblo de todos los institutos que daban honra y prestigio a una villa de su tiempo, por lo que fundó un hospital titulado de San Pedro para pobres que habitasen en los territorios de su jurisdicción, y frente a él un convento para monjas clarisas bajo la advocación de San Juan de la Penitencia. También fundó algunas obras piadosas vinculadas a la parroquia de la villa, así como un hospicio para pobres transeúntes con el nombre de Hospital de San Andrés. Además, su hermano bastardo Fernando de Monroy, reconocido por su padre, fundó en vida de doña Beatriz el convento de monjas dominicas de Santa Ana, con el que contribuyó a engrandecer la obra de su hermanastra en Belvís.

 

      Doña Beatriz de Monroy y Ayala murió en su palacio de Belvís el día 13 de julio de 1582, aunque mandó ser enterrada junto a su marido (fallecido en febrero de 1571) en el panteón familiar del convento del Regajal de San Francisco, en Oropesa. Sin duda, a ella debe nuestra villa su apellido "de Monrroi", que comenzó a usarse de manera sistemática a partir de 1699.

 

      Bien merece esta dama que, además, la recordemos de manera visible como nuestra gran benefactora, ya que con ella alcanzó la villa y Señorío de Belvís su periodo de máximo esplendor en todos los sentidos.

 

 

       Del matrimonio entre don Francisco Fernando Álvarez de Toledo y de doña Beatriz de Monroy nacieron dos varones y varias hembras, siendo el primogénito Francisco Bautista, quien premurió a sus padres hacia 1563, de manera que heredó los mayorazgos correspondientes el segundo varón, don Juan Pedro García Álvarez de Toledo y Monroy, IV Conde de Oropesa y III Conde de Deleitosa. Fue hombre culto y de profunda religiosidad, "más conocido de los pobres que de los hidalgos palaciegos de su Casa"[2], que continuó manteniendo estrecha relación con la villa de Belvís y sus instituciones y fundaciones piadosas, como patrono que era de la mayoría de ellas. Es probable que en su tiempo se acabase de construir la pequeña iglesia bajo la advocación de San Bernardo de Claraval en el barrio extramuros de Las Casas, pues en 1598 donó este conde 1.000 maravedíes anuales de su hacienda para el pago del aceite de la lámpara del Santísimo Sacramento de dicha iglesia.

 

 

 

 

 

 

2.6. Siglos XVII y XVIII: entre hábitos y sotanas.

 

 

         El 2 de agosto de 1619 falleció el IV Conde en su castillo de Jarandilla, de manera que con él prácticamente desapareció el vínculo físico entre los señores de Oropesa y su villa de Belvís, pues sólo dos años más tarde murió su nieto y heredero don Fernando Álvarez de Toledo y Portugal, V conde de Oropesa, IV de Deleitosa y I Marqués de Jarandilla. Entonces su viuda e hijos se trasladaron a Madrid, y con ellos la secular residencia de los Señores de Oropesa, de manera que la relación entre los distintos titulares de la Casa que sucedieron y sus señoríos abulenses, toledanos y extremeños se volvió ya puramente económica y administrativa.

 

    La fortaleza de Belvís mantuvo alcaide residente hasta la primera mitad del siglo XVIII, pero a partir de esa época sólo constan administradores, entre cuyas funciones ya no estaba el mantenimiento como enclave castrense y residencial de tan soberbio edificio, comenzando así su imparable proceso de deterioro, hasta hoy.

 

     Siete fueron los representantes de la Casa de Oropesa –Señores de Belvís– hasta el siglo XIX, que no viene al caso relacionar ahora, y aunque bien es cierto que todos mantuvieron ya su residencia en la Corte, cumplieron, no obstante, de manera más o menos puntual con las obligaciones que por su herencia habían contraído con sus patronatos en la villa de Belvís, casi todos ellos vinculados a la Iglesia, que vivió en este periodo su Edad de Oro bajo el impulso y la potestad del Imperio español. Prosperaron pues las instituciones religiosas que se habían fundado a lo largo del siglo XVI, hasta el punto de que se convirtieron en centro y motor de la vida en el municipio, y no sólo en lo que tuvo que ver con el ámbito espiritual, dando origen a ritos particulares y tradiciones, sino también respecto del laboral, teniendo en cuenta la circunstancia de que tanto los conventos –sobre todo los femeninos– como las parroquias poseyeron o disfrutaron de no pocas fincas (olivares, huertos, viñedos…) y de algunas industrias (prensa de aceite, aceña harinera…) en las que se emplearon muchos belvisos y caseños, e incluso otros comarcanos.

 

     Pero la escasez de tierra de labor y su mal repartimiento y aprovechamiento, la crisis económica generalizada y las enfermedades de carácter epidemiológico que asolaron todo el país a lo largo del siglo XVI impidieron que la población del municipio de Belvís creciese durante esta centuria y parte de la siguiente, sino todo lo contrario, pues, según el "Vecindario" del Marqués de Campoflorido, la villa y su arrabal de Las Casas sumaban 111 vecinos (poco más de 400 habitantes) entorno a 1717, fecha en la que el lugar de Los Campillos ya se encontraba desierto, aunque no oficialmente. Es muy probable que la Guerra de Sucesión que se desarrolló tras la muerte sin descendencia de Carlos II (1701-1714) no influyese de manera sensible en este descenso poblacional, a pesar de que tuvo algunos episodios destacados muy próximos a nuestro municipio (Puente de Almaraz, Casatejada, Plasencia…). No obstante, aquel conflicto dinástico de repercusión internacional que enfrentó a los aspirantes al trono de España –por un lado el Archiduque Carlos, representante de la Casa de los Austria, y por otro Felipe de Anjou (Felipe V), de la Casa de los Borbón–, sí que tuvo consecuencias para los Señores de Oropesa y Belvís a quienes tocó vivirlo. Así fue que tanto Manuel Joaquín de Toledo y Portugal, VIII Conde de Oropesa, como su hijo y sucesor Vicente Pedro, sirvieron a la causa del Archiduque Carlos, perdedor a la postre, de manera que dichos señores sufrieron el destierro y el secuestro de sus títulos y bienes por parte del Estado. Manuel Joaquín murió en el exilio en 1707, y hasta 1725 no le fueron reconocidos sus honores al IX Conde y devueltas sus propiedades, incluido el Señorío y Mayorazgo de Belvís.

 

      A lo largo del siglo XVIII se va afianzando entre los políticos e intelectuales españoles la idea de la necesidad del cambio respecto de las viejas estructuras de la sociedad y del Estado, pensamiento que se hizo efectivo a partir de 1759, tras el ascenso al trono de España de Carlos III, el rey ilustrado. Uno de los productos de esa conciencia crítica desde la intelectualidad fue la creación de las Reales Audiencias Provinciales, de modo que la correspondiente a Extremadura –con sede en Cáceres– comenzó a funcionar a partir de 1790. Entre otras funciones, este órgano se encargó de elaborar un detallado interrogatorio para conocer de manera fiel la situación social, económica y administrativa de los pueblos y ciudades de aquella España decadente, con el fin de poder actuar en consecuencia desde las instituciones del Estado cara al mejor aprovechamiento de los recursos del país. Aunque ya existían antecedentes, como el Catastro del Marqués de la Ensenada o el Interrogatorio de Tomás López, éste de la Real Audiencia de Extremadura fue, sin duda, el más detallado y completo, y nos permite conocer hoy muchos aspectos de la vida y las costumbres de nuestros antepasados de aquella época. Para el caso de Belvís de Monroy, las 57 preguntas del cuestionario se cumplimentaron el 10 de marzo de 1791 por las autoridades del municipio y varios testigos, quienes –en resumen y de manera extractada– registraron las siguientes informaciones:

 

    -Datos sobre la población y sus ocupaciones: el municipio lo formaban la villa de Belvís y su barriada de Las Casas, con una población conjunta de 147 vecinos "útiles y rehechos", unos 560 habitantes, la mayoría de ellos labradores y jornaleros, incluidos siete tejedores de lienzos, dos sastres, un zapatero y tres herreros. También se cuentan un administrador del Señorío, un abogado y un guarda de la dehesa boyal.

 

    A parte de este registro, convivían con los vecinos quince religiosos franciscanos del convento de San Francisco del Berrocal, diez mojas dominicas del convento de Santa Ana y diecisiete monjas clarisas del convento de San Juan de la Penitencia; dos sacerdotes titulares, uno encargado de la parroquia de Santiago el Mayor de la villa, y otro, teniente del anterior, encargado de la parroquia de San Bernardo del arrabal, además de algún capellán y clérigo de menores que no se citan en el interrogatorio. En total, una cuarentena larga de representantes del Clero, lo que suponía alrededor del 8% de la población, número que incluso había sido bastante más elevado en épocas anteriores.

 

    -Administración territorial y municipal: el municipio estaba entonces bajo la jurisdicción del Ducado de Alba, junto con Valdehúncar, Valdecañas y Mesas de Ibor, estirpe que había heredado el Condado de Oropesa y sus agregados en 1768, representado al tiempo del Interrogatorio por la que fuera musa del pintor Francisco de Goya doña María del Pilar Teresa Cayetana, casada con su primo don José María Álvarez de Toledo.

 

      Los Señores Duques ostentaban aún el poder para elegir a los "Justicias" o representantes de la municipalidad, que eran los siguientes: un alcalde mayor (con carácter de juez), un alcalde menor, dos regidores, un procurador síndico del común y arbitrios de los vecinos, un mayordomo de propios, dos escribanos (uno Real y otro público o de número) y un fiel de fechos que actuaba en ausencia del escribano público, además de dos diputados de abastos y del común, dos alguaciles (uno para la villa y otro para el barrio) y un padre general de menores.

 

    -Distribución del territorio: En esta época sólo una parte, no muy grande, de las tierras del término jurisdiccional eran de Señorío (dehesa y olivar de El Bote, dehesa del Campillo, vega de Málaga, Vega de Carnicera, El Canchal…), pues la mayor parte del territorio pertenecía al Ayuntamiento (bienes de Propios —Dehesa Boyal, Dehesa Vieja y el Pino), al pueblo (bienes comunales —La Jarilla, varias hojas de labor y baldíos) y a la Iglesia y sus instituciones (conventos, parroquias, fundaciones piadosas, etc. —huertos, viñedos, morales, olivares, herrenales, etc.)

 

 

 

Antiguas escuelas  -Educación: en este ámbito el municipio de Belvís aventajaba entonces a todos los de la comarca, pues, como se recoge en el Interrogatorio, contaba con una escuela de primeras letras y estudios de latinidad con sus respectivos maestros. Se trataba de una institución vinculada a la iglesia y de patronato particular, cuya dotación pagaba el Seminario Conciliar de Plasencia, que, además, corría con los gastos de dos becas para estudios mayores y con la asignación del patrono, cargo regentado por el cura titular de la parroquia de Belvís. Tal fundación fue promovida por don Buenaventura Pérez Salcedo, presbítero natural de la villa, quien se afincó en la ciudad de México a mediados del siglo XVIII, desde donde envió en 1767 un valiosísimo ajuar destinado a la iglesia parroquial de su pueblo, además de una importante cantidad de dinero para comprar fincas que pudiesen dotar y mantener la referida institución educativa, cuyos beneficiarios eran los hijos de los vecinos vinculados al Señorío, así como los parientes del fundador. Para tal efecto se construyó una casa-escuela con patio exterior que mantuvo su función original hasta bien avanzada la segunda mitad del siglo pasado, pero que desgraciadamente fue demolida en 1993 para construir en su lugar el actual edificio del Ayuntamiento; edificio, por otro lado, de dudosa funcionalidad y peor gusto.

 

      Además de doña Beatriz de Monroy y Ayala, don Buenaventura Pérez Salcedo fue el otro gran benefactor de la villa y municipio de Belvís de Monroy, sin duda imbuido del espíritu de La Ilustración.

 

    -Economía y recursos: los belvisos y caseños de entonces vivían de la agricultura y de la ganadería muy principalmente, de manera que cada año recogían 1.420 fanegas de trigo, 1.250 de cebada, 1.865 de centeno, 300 de garbanzos, 1.000 cántaras de aceite "y otras menudencias en otros frutos", que no eran más abundantes por falta de agua; de todo ello pagaban diezmos. Contaban para uso vecinal con cinco molinos de aceite y una aceña harinera en el Tajo, además de dos pósitos, uno en la villa y otro en el barrio[3]. La ganadería propia era de buena calidad y numerosa, teniendo en cuente el número de vecinos, con una cabaña de 822 cabezas de ganado de cerda, 287 de vacuno, 500 de caprino y 1.066 de lanar, sin referencia al ganado de labor y de silla (équidos y bueyes). También se registraron unas 300 colmenas.

 

      Como complemento a su alimentación cazaban perdices, conejos y liebres, y pescaban carpas, anguilas y otros peces en el Tajo. Periódicamente se daban batidas contra las abundantes alimañas (lobos, zorros y jinetas), que encontraba óptimo refugio en los escarpados riberos del Tajo y en la espesura de El Sierro.

 

    -Carácter del vecindario: se registró que los moradores de Belvís-Casas eran personas bien avenidas, tranquilas y trabajadoras, poco dadas a vicios, salvo en ocasiones al vino, que pasaban su tiempo de ocio ocupados en el juego de la calva y el tiro de la barra.

 

    -Jurisdicción eclesiástica: la parroquia de Santiago Apóstol el Mayor de Belvís de Monroy pertenecía –como en la actualidad– a la diócesis de Plasencia, y de ella eran subalternas las de Millanes, Valdecañas, Valdehúncar, Mesas de Ibor y Las Casas, dirigidas por tenientes de cura del párroco de la villa.

 

    -Sanidad: en este aspecto, como en el educativo, el municipio de Belvís aventajaba a todos los demás de la comarca, pues seguía en activo el Hospital de San Pedro fundado por doña Beatriz de Monroy, que contaba con cuatro camas fijas y estaba atendido por una enfermera. Además había en el pueblo un médico titular, dos cirujanos (uno en la villa y otro en el barrio) y un boticario.

 

      Por otro lado, existía una enfermería para atender a los frailes enfermos del convento de San Francisco del Berrocal, aunque no se cita en el Interrogatorio, pues se encontraba en la villa de Casatejada.

 

 

 

     Así, al ritmo impuesto por los trabajos del campo y por los ritos de la liturgia católica, pasaron mansamente los siglos XVII y XVIII para las gentes de nuestro municipio, ignorantes de la tormenta brutal que se les venía encima.

 

 

 

 

[1] Ocho según fray Alonso Fernández: Historia y anales de la Ciudad de Plasencia; p. 86 y ss. Madrid, 1627.

 

[2] GARCÍA SÁNCHEZ, Julián: El Señorío de Oropesa; p. 635, Ayuntamiento de Lagartera, 2007.

 

[3] El Señorío contaba con sus propias instalaciones para la molienda y el almacenaje de los productos cosechados en sus tierras, todo bajo el control del Administrador.

 

 

 

 2.7  Siglo XIX: el dramático fin de una época.

 

     En día 23 de julio de 1802 falleció sin descendencia la duquesa de Alba y condesa de Oropesa doña María Teresa Cayetana de Silva, de manera que sus bienes y mayorazgos quedaron repartidos entre dos ramas de su familia; por un lado los Fitz James Stuart (duques de Berwick), a los que pasaría el ducado de Alba, y por otro lado a don Diego Fernández López Pacheco, duque de Frías y Uceda, marqués de Villena, primo de la difunta, quien heredaría, por mejor derecho, el resto de mayorazgo y propiedades de la duquesa de Alba, como el condado de Oropesa y sus agregados. Sin embargo, los de Almaraz, Deleitosa, Cabañas, Jarandilla y Tornavacas fueron revertidos a la Corona por ser considerados por los magistrados del rey como "mercedes enriqueñas", y por tanto ilegales. Cosa diferente ocurrió con el Señorío de Belvís, que pasó con todos sus derechos jurisdiccionales y territoriales a la propiedad del citado duque de Frías, reconocido a partir de entonces como Diego Fernández de Velasco López Pacheco Téllez-Girón Toledo Portugal Monroy, etc.; él habría de ser, por tanto, el XIX Señor de Belvís, de cuyo Estado tomó posesión seis días después de la muerte de la duquesa.

 

 

 

 La Guerra de la Independencia (1808-1814).

 

Poco tiempo pudo disfrutar don Diego de los réditos y privilegios de su flamante Señorío de Belvís, pues a partir del día 2 de mayo de 1808 la inmensa mayoría de los españoles habría de alzarse en armas contra las tropas invasoras de Napoleón Bonaparte. Tal enfrentamiento se alargó por más de seis años, durante los cuales la España del Antiguo Régimen, de la que era un buen ejemplo la villa y Señorío de Belvís de Monroy, sufriría dramáticas y profundas transformaciones. El Señor de Belvís, que había ostentado importantes cargos en la Corte española hasta aquel momento, se declaró enseguida afrancesado, de manera que el Gobierno de la Regencia le acusó de traidor a la Patria, embargándole todos sus títulos y propiedades que ya nunca recuperaría, pues murió exiliado en París en 1811.

 

     En lo que se refiere al desarrollo de la contienda, Extremadura tardaría algún tiempo en conocer los horrores de la guerra tras el levantamiento del pueblo de Madrid, pero una vez que Napoleón al frente de su Grande Armée entró en la capital del Reino a primeros de diciembre, su determinación por invadir el sur y el oeste de la Península no tardaría en traer hasta nuestra tierra la codicia y la brutalidad de sus soldados. Para tal objetivo, la carretera Madrid-Badajoz ofrecía en principio grandes ventajas, pues permitiría el tránsito de las tropas y sus equipos sin demasiados obstáculos, salvando el Tajo por el puente de Almaraz. Sin embargo, esta magnífica y sólida obra de la ingeniería civil renacentista y su estratégico enclave se revelarían enseguida como de vital importancia para las evoluciones de los ejércitos contendientes, que habrían de disputárselos una y otra vez a lo largo de toda la campaña.

 

 

 

Por fin, el 14 de diciembre de 1808 llegaron los soldados Imperiales a Navalmoral de la Mata, bajo las órdenes del mariscal Lefebvre, y ese mismo día una avanzada de ellos entró en Belvís, comportándose como "perros rabiosos", al igual que en Navalmoral y demás pueblos por donde habían pasado, robando y destruyendo cuanto se les antojó. Enseguida se presentó también en el municipio un numeroso contingente de caballería, de manera que hombres y animales se instalaron en las dependencias de los conventos y edificios más notables de la villa a lo largo del tiempo que duró el primer asalto al puente de Almaraz.

 

El 25 de diciembre cayó el famoso viaducto en poder enemigo, aunque el 28 de enero de 1809 volvieron a ganarlo los españoles. Dos semanas después el nuevo general en jefe del Ejército de Extremadura, don Gregorio García de la Cuesta, ordenó cortar definitivamente uno de sus arcos para impedir así el paso de los franceses hacia el interior de la provincia, acción que, en definitiva, no sirvió nada más que para ralentizar la recuperación y el progreso de la comarca una vez acabada la guerra, pues tan importante viaducto no llegó a restaurarse hasta 1845.

 

 

 

Ciertamente, aquella primera "visita" de los soldados franceses a Belvís-Casas no resultó tan violenta como en otros pueblos de la zona (Oropesa, Navalmoral, Almaraz, Casatejada, Toril…), pero provocó la excepcional huida en masa de los vecinos, quienes, apenas con lo puesto, huyeron para buscar improvisados refugios principalmente en los riberos y serrijones que flanquean el Tajo, esperando allí a que amainase el peligro. Tal cosa no ocurriría hasta después de la segunda toma del puente de Almaraz por las tropas al mando del mariscal del Imperio Claude-Víctor Perrin, que tuvo lugar el 19 de marzo.

 

Luego, tras un breve entreacto en el que sucedió la brutal carnicería de la Batalla de Medellín (28 de marzo), en la que perecieron miles de extremeños, volvieron sobre sus pasos los engreídos soldados de Víctor, asolando de nuevo todos los pueblos a lo largo de la carrera Real Madrid-Badajoz, para ser derrotados en las jornadas del 28 y el 29 de julio en los campos de Talavera de la Reina por un ejército combinado hispano-anglo-luso, bajo las órdenes de los generales Cuesta y Wellington. Sin embargo, esa tímida victoria fue sólo un espejismo, ya que unos días más tarde cruzaron el Tiétar desde Plasencia los mariscales del Imperio Soult, Ney y Mortier frente a un contingente de todas las armas de más de 50.000 hombres, quienes obligaron a los aliados a saltar al otro lado del Tajo por Puente del Arzobispo. Al mismo tiempo ocuparon todo el Campo Arañuelo, donde permanecerían hasta los días previos a la Batalla de Ocaña (19-11-1809).

 

Ninguno de nuestros pueblos, aldeas y caseríos resultaron indemnes tras aquella larga estancia de los soldados enemigos, teniendo en cuenta que desde su aparición a primeros de agosto hicieron correrías por todas partes, dando muestras, aquí y allá, de particular saña y violencia contra personas y bienes.

 

El 4 de agosto de 1809 fue, sin duda, el día más dramático de toda su historia para el municipio de Belvís de Monroy, fecha en la que los soldados franceses ocuparon la villa y su barrio de las Casas por segunda vez, robando y destruyendo todo lo que se había salvado hasta entonces. Ese día y sucesivos destrozaron varias casas, quemaron el convento de San Francisco, profanaron y saquearon la ermita de Nuestra Señora del Berrocal, lo mismo que hicieron con la Iglesia de Santiago el Mayor de la villa; en ella destruyeron su órgano y su retablo, maltrataron las imágenes, robaron sus alhajas y vasos sagrados, abrieron muchos de sus sepulcros en busca de tesoros… Por otro lado, destrozaron buena parte de los archivos civiles y religiosos, algunos de los cuales ya habían sido dañados en ocasiones anteriores, negándonos con tal acción no poco de la riquísima memoria escrita que se guardaba en las dependencias de sus instituciones. Además, asolaron cosechas, talaron olivares y cometieron violentos abusos contra los pocos vecinos y vecinas que se atrevieron a permanecer.

 

Tras este año terrible de 1809 durante el cual estuvo el municipio casi desierto, el furor de los soldados franceses contra nuestros pueblos y nuestras gentes se atenuó de manera sensible, lo que favoreció el regreso de algunos, aunque no dejaron de atemorizarlos, humillarlos y exprimirlos con sus requisas y exacciones que imponían y exigían de manera periódica, bajo amenazas de secuestros y acciones militares de castigo. En tal ambiente de devastación, terror e impotencias transcurrió el tiempo de la guerra, hasta que las "águilas del Imperio" se retiraron de la comarca, lo que por fin ocurrió durante las primeras semanas de la primavera de 1813. Atrás dejaron un territorio arrasado hasta el extremo, sembrado sólo de cadáveres, morada de fantasmas vivientes abatidos por el hambre y las enfermedades que propiciaron tan absurda invasión, de la que nuestros pueblos no llegaron a recuperarse hasta pasadas varias generaciones.

 

 

 

ü        El fin de los señoríos y el fenómeno de la Desamortización:

 

La Constitución liberal de 1812 avalaba el Real Decreto aprobado por las Cortes de Cádiz el 6 de agosto de 1811, según el cual quedaban abolidos los señoríos jurisdiccionales, aunque permitía que las tierras y propiedades de los Señores continuasen en su poder como bienes de libre disposición, cosa que, ciertamente, les beneficiaba, pues les eximía de la atadura del Mayorazgo y de otras rancias obligaciones que ya no les reportaban ningún beneficio. Pero el regreso de Fernando VII en 1814 apagó, por el momento, la llama del incipiente Liberalismo, impulsor de la citada Constitución, por lo que la nobleza recuperó sus antiguos privilegios.

 

Tras la muerte en el exilio del XX Señor de Belvís, le sucedió su primogénito, don Bernardino Fernández de Velasco, XIV Duque de Frías, XVI Conde de Oropesa, XV Conde de Deleitosa, XX Señor de Belvís; militar condecorado por su participación heroica en la Guerra de la Independencia, en la que había luchado contra los intereses de su padre. Personaje con dotes literarias y ambiciones políticas, muy pronto destacó como ferviente liberal, defensor de la Constitución de 1812 y sus reformas, lo que le valió la desconfianza de Fernando VII, quien volvió a reinar bajo los preceptos de la monarquía absolutista hasta 1820.

 

Durante el Trienio Liberal (1820-1823) se impusieron de nuevo el constitucionalismo gaditano, aunque sólo duró hasta finales de 1823, cuando los absolutistas o realistas retomaron la dirección del Gobierno.

 

Por fin, tras la muerte de Fernando VII en septiembre de 1833, los liberales (moderados y exaltados) se asentaron definitivamente en los altos cargos del Gobierno de la Nación, aprovechando la debilidad de la regencia de la reina María Cristina, de manera que en 1837 promulgaron una nueva Constitución, a cuyo amparo se decretó por tercera y definitiva vez el final de los señoríos jurisdiccionales, al tiempo que se defendía el derecho de los antiguos señores a conservar sus fincas y propiedades libres ya de cualquier antiguo vínculo. Por ello se entiende que muchos nobles militasen de manera muy activa en las filas del Partido Liberal, como el duque de Frías, quien a partir de entonces mantuvo pleitos con el Municipio de Belvís a causa de la propiedad del Señorío que los vecinos reclamaban para sí. Por otro lado, don Bernardino defendió con pasión los derechos ancestrales de su linaje, mientras trataba de sacudirse los deberes inherentes a la misma condición; como así ocurrió en el caso del patronato del CONVENTO DE SAN FRANCISCO DEL BERROCAL, con cuyos representantes mantuvo un litigio que duró más allá de la existencia de la propia institución (1831-1848), por no querer el Señor Duque pagar a sus moradores la pensión a la que, como patrono de ella, estaba obligado desde la fundación de dicho convento.

 

En conclusión, por Real Decreto de 26 de octubre de 1837 quedaron abolidos definitivamente los señoríos en España, de manera que don Bernardino Fernández de Velasco fue el último Señor de Belvís, aunque sus descendientes siguen ostentando el derecho a llevar su larga lista de títulos nobiliarios. Don Bernardino murió en Madrid el 28 de mayo de 1851, y sus herederos vendieron las propiedades que habían pertenecido al Señorío de Belvís y Almaraz al Marqués de la Romana, algunas de las cuales aún siguen en poder de esta familia, como "nuestro castillo" o la dehesa de El Bote.

 

 

 

En lo que se refiere al fenómeno de la Desamortización, es decir, a la expropiación forzosa por parte del Estado de los bienes y tierras de propiedad vinculada a las llamadas "manos muertas" (la Iglesia y las órdenes religiosas principalmente), su andadura se inició a finales del siglo XVIII, aunque tomó especial impulso durante el Trienio Liberal, a raíz de la llegada al poder de los liberales exaltados, facción obsesionada —hasta el delito— con la reforma integral de la Iglesia española, principalmente de las órdenes religiosas, y la puesta en venta de su patrimonio. Pero sus iniciativas quedaron aparcadas durante la llamada Década Ominosa, de manera que no pudieron llevarse plenamente a efecto hasta después de la muerte de Fernando VII.

 

Aunque el proceso desamortizador se alargó más allá de 1920, las determinaciones que afectaron sobremanera al destino de nuestro municipio se desarrollaron entre 1834 y 1855, pues fue en este periodo en el que quedaron abolidos los derechos básicos de sus ancestrales instituciones —tanto religiosas como civiles— sobre las propiedades que las sustentaban.

 

Durante el gobierno provisional del moderado José María Queipo de Llano, Conde de Toreno, el 25 de julio de 1835, se publicó el decreto que legislaba la supresión de aquellos conventos y monasterios masculinos del Reino que no contasen con un número determinado de frailes profesos, orden que afectaba directamente al convento de San Francisco del Berrocal, en el que ya solo habitaba un grupo reducido de ellos. Así, aquella humilde institución que tanto había contribuido a la expansión del catolicismo y, por consiguiente, a la difusión de nuestra cultura española y europea, y al enriquecimiento de la Historia Universal, se vio clausurada para siempre, y sus cortos bienes resultaron vendidos en pública subasta, incluido el edificio del convento y sus dependencias. A partir de entonces, la ruina y el olvido fueron apoderándose día tras día del monumento hasta el año de 1989, cuando pasó a propiedad de la Junta de Extremadura, que se encargó luego de promover su parcial restauración.

 

Poco después de publicado aquel decreto, y como consecuencia del proyecto desamortizador del Ministro Juan Álvarez Mendizábal que impulsaba la expropiación y venta de las posesiones del Clero Regular, se cerraron los conventos femeninos de SAN JUAN DE LA PENITENCIA y SANTA ANA, subastándose igualmente sus bines y propiedades muebles e inmuebles, de modo que pasados unos años apenas quedaban de ellos sino los cimientos y el referente del nombre de ciertas calles aledañas, únicos testimonios que todavía se conservan.

 

En 1841 el general Espartero, liberal exaltado, se encargó de promover la expropiación y venta de los bines del Clero Secular, muy numerosos en el municipio de Belvís de Monroy, vinculados a su parroquia de San Bernardo de las Casa y, sobre todo, a la de Santiago Apóstol el Mayor de la villa, que incluía una buena representación de instituciones y fundaciones piadosas (capellanías, cofradías, memorias, etc.), con sus respectivos predios y propiedades (casas, pequeños olivares, huertos, etc.). Aquella medida supuso otro gran paso para el desmantelamiento de las estructuras económico-administrativas que habían regido la vida del municipio durante más de 500 años, proceso que recibió el espaldarazo definitivo durante el Bienio Progresista, cuando el 1 de mayo de 1855 se publicó la llamada Ley de Desamortización General o Ley Madoz (por el apellido del Ministro de Hacienda Pascual Madoz), que declaraba en venta, además de los anteriores, todos los predios rústicos y urbanos, pertenecientes a los de Propios y Comunes de los pueblos, a la Beneficencia, a la instrucción pública, etc.; y a cualquiera otro perteneciente a manos muertas, por lo que el municipio y los vecinos perdían para siempre la propiedad de las tierras que les habían dado sustento desde que ya no se tenía memoria.

 

 

 

En definitiva, la obra desamortizadora en su conjunto resultó ser un descomunal error político de consecuencias incalculables, fruto del resentimiento y de la ambición más que de la razón, pues ni contribuyó a paliar la enorme deuda pública, ni, mucho menos, supuso una verdadera reforma agraria, como en principio se pretendía. Por el contrario, tan sólo consiguió fomentar el odio a la clase clerical, promover el caciquismo y extremar las desigualdades, al poner en manos de terratenientes y especuladores (aristócratas, burgueses, políticos, altos cargos…), a precio de ganga, millones de hectáreas de tierra que, de una u otra manera habían disfrutado hasta entonces las clases humildes, las cuales resultaron muy perjudicadas. Además, provocó la destrucción de magníficos edificios, religiosos principalmente, cargados de arte y de historia (conventos, iglesias, ermitas…), así como la pérdida de una ingente cantidad de obras artísticas de gran valor, bienes muebles, libros y documentos de toda clase, etc., etc., etc., con lo que se nos negó a las generaciones futuras la posibilidad de disfrutarlos y de conocer con mayor amplitud y precisión la huella y el testimonio de nuestros antepasados.

 

 

 

Hasta aquí el resumen de los acontecimientos más estacados que marcaron la diferencia entre nuestro municipio y el resto de los pueblos del entorno, pues a partir de aquellas fechas posteriores a las leyes y decretos de las desamortizaciones referidas, la antigua villa de Belvís de Monroy y su barrio extramuros de "las Casitas" fueron cayendo en el olvido de su propio pasado, al tiempo que las muestras palpables de su vieja gloria se iban transformando en ruinas, todo en aras de la pujante modernidad.

 

 

 

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Historia.UN PASEO POR NUESTRA HISTORIA
Imagen Historia. Indice

Aunque son muchos los posibles itinerarios que pueden trazarse para la serena contemplación de nuestro patrimonio monumental y natural, proponemos éste que a continuación se detalla, por si decidís acercaros hasta aquí para conocernos.

 

 -  Punto de partida.

 

Nos situamos a medio camino entre Casas y Belvís, frente a la entrada de nuestra piscina municipal, sobre el sendero adoquinado que une ambas poblaciones.

 

 -  Recorrido.

 

Desde dicho punto avanzamos hacia la villa de Belvís de Monroy, tomando como faro y guía la silueta de nuestro imponente castillo.

 

A pocos metros se abre a la izquierda el "camino de la ermita", que pasa junto a un hito conmemorativo del V Centenario de la Fundación del convento de San Francisco del Berrocal, inaugurado por el Presidente de la Junta de Extremadura el 11 de diciembre de 2009.

 

 LA VILLA DE BELVÍS DE MONROY.

 

 Avanzamos por la avenida de Ntra. Sra. del Berrocal que da acceso a la villa, y enseguida nos topamos con los restos del primer monumento que nos remite a nuestro interesante y rico pasado: "La Henera".

Continuamos nuestro recorrido por la Calle de Santo Domingo, llegamos a la amplia plaza mayor, o Plaza de España, en medio de la cual se alza el antiguo rollo o picota que indica la categoría de villa con potestad para administrar justicia civil y criminal que desde sus inicios alcanzó el lugar de Belvís.

Pasada la plaza, continuamos en dirección noroeste y tomamos la Calle Real, esquina con el edificio del antiguo Ayuntamiento. Adosada a él encontraremos una bella fachada de piedra decorada con elementos renacentistas.

 

Pared al medio del edificio antedicho se encuentra el antiguo edificio de la cárcel.

   En la misma Calle Real, a unos 40 metros de la cárcel, se encuentra otro edificio de gran importancia para nuestra historia, como es el que fuera lagar, almacén de aceite y panera del condado, hoy reconvertido en vivienda particular

 A los pies del castillo, de espaldas a la actual Plaza de la Constitución en la que estuvo el HOSPICIO DE SAN ANDRÉS fundado por doña Beatriz de Monroy a finales del siglo XVI, hoy reconvertido en vivienda particular, encontramos la iglesia parroquial de la villa, probablemente el ejemplo más antiguo de arquitectura religiosa de la comarca.

 

               

 

                         Iglesia parroquial de la villa de Belvís de Monroy.

Nada más salir a esta "plazuela de la iglesia" desde la Calle Real, tendremos la sensación de parecer muy pequeños, pues todo lo es frente a la imponente mole que representa nuestro símbolo por excelencia: "El Palacio", nombre con el que, de manera tradicional y desde antiguo, los belvisos y caseños se refieren a su castillo, uno de los más hermosos y fotogénicos de Extremadura, y elemento principal del escudo heráldico del municipio, como no podía ser de otra manera.

 

      Vista general del castillo en la que se aprecia perfectamente la diferencia entre la parte defensiva y palaciega del inmueble.

Salimos del palacio por su puerta principal en dirección a la villa, pero antes de llegar a la iglesia bajamos por la Plaza del Castillo o por la Calle del Lagar hacia la Calle San Juan, dejando a nuestra izquierda el edificio del Ayuntamiento, cuyo solar ocupó la casa-escuela de don Buenaventura Pérez. A la mitad de la Calle San Juan nos encontramos con el edificio del Hogar del Pensionista, construido sobre el solar del convento de San Juan de la Penitencia, del que hoy sólo quedan algunos restos de muros y el nombre de dicha calle. En frente, una casa particular, donde hasta 1982 estuvo el edificio que fue Hospital y capilla de San Pedro, fundado por doña Beatriz de Monroy en 1575, del cual sólo se conservan algunos elementos de su sólida cantería.

Nota: antes de abandonar el caso urbano de la villa de Belvís de Monroy, decir que, además de todos los edificios descritos, existen otros también muy interesantes, así como detalles de carácter arquitectónicos y decorativo por aquí y por allá que, sin duda, llamarán la atención del viajero curioso en un paseo más pausado, pues no olvidemos que la villa está declarada "Conjunto Histórico Pintoresco" desde 1966. En la actualidad posee 56 elementos incluidos en el Catálogo de Bienes Protegidos.

 

 

 Desde la plaza mayor nos dirigimos hacia el este, en dirección al convento de San Francisco del Berrocal, por el agradable camino de la Laguna de la Feria, entre berrocales salpicados de olivos y encinas, flanqueados al sur por la bellísima dehesa boyal del municipio, y al fondo por el pantano de Valdecañas y las sierras que lo limitan.

Desde el atrio de la iglesia conventual se nos ofrecen dos alternativas para continuar nuestro recorrido hasta la cercana ermita del Berrocal: uno por el norte, siguiendo la calzada de piedra junto a la que se encuentran los monolitos en recuerdo a cada uno de aquellos "DOCE APÓSTOLES"; y el otro al noreste, dejando a nuestra derecha las tapias del cercado del convento, hasta dar con la calzada que nos lleva directamente a los pies de la citada ermita

En dirección norte, a unos 1.300 metros de la ermita del Berrocal por el camino que pasa al lado del MERENDERO, se encuentra la población de Casas de Belvís, que forma junto con la villa el municipio de Belvís de Monroy.

 

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